Por
Juan Bragassi H.
A
mediados de los años 90's, la ciudad de Quilpué fue experimentado
una serie de transformaciones que fueron modificando su paisaje y
las costumbres de sus habitantes. Uno de esos hitos, fue el antiguo
Café del Libro, lugar que partió como una tienda de libros usados y
que acabó siendo un emblemático lugar de vida nocturna y cultural de
esta ciudad.
Debo
reconocer que cuando llegué a vivir a la ciudad de Quilpué - allá
por el año 1996- , no me sentí atraído inmediatamente.por su paisaje, su gente y los modos de vida.
Gradualmente me empezó a llamar la atención el paisaje rural que todavía conservaba la
ciudad. Recuerdo la hojarasca que cubría el piso de la antigua
estación de trenes, cuando estaba abierta y se podía cruzar con
facilidad hacia Condell Norte, subir el puente en arco tan
característico del lugar, para ver pasar el tren o para apreciar la
panorámica de la ciudad desde su "cima", atravesar la línea del tren e ir en
dirección del zoológico, tomar una bebida en la fuente de
soda de la estación, mientras esperaba el tren hacia Valparaíso o sentarme en las inmediaciones, cuando se colocaban de vez en cuando
algunas películas y videos musicales, que eran proyectados sobre un
telón en el frontis de la casa consistorial .
También, Recuerdo haberme entretenido observando el deambular de los clientes habituales del
Restaurant Oriente. Local que ahora es el pub "Zona Zeta". Recorrer de noche, la entrada del sector de El
Retiro y alucinar con los restos abandonados de la fábrica Carozzi, ir hacia el sector de la “plaza vieja” cuando tenía una gran
arboleda, para capear el sol del verano.
Por
ese entonces, yo era un estudiante de arte y el carrete estaba en
Valparaíso, más precisamente en la subida Ecuador. La vida la hacía allá. Mi mundo
estaba allá. Yo no tenía mucho que ver con Quilpué.
Mi aproximación a la vida cultural de Quilpué, llegó de la mano con mi acercamiento a su vida nocturna. Así conocí el “Café del Libro”, cuando en este local se hacía café y se vendían libros usados. Uno podía revisarlos – bajo la atenta mirada de su dueño- sentado mientras bebía algo.
Mi aproximación a la vida cultural de Quilpué, llegó de la mano con mi acercamiento a su vida nocturna. Así conocí el “Café del Libro”, cuando en este local se hacía café y se vendían libros usados. Uno podía revisarlos – bajo la atenta mirada de su dueño- sentado mientras bebía algo.
Por
ese tiempo, algunos compañeros de licenciatura en artes que vivían
en Villa Alemana y Peña Blanca, empezaron a realizar de manera muy
seguida, exposiciones de grabado, dibujo y pintura las cuales eran
abiertas con un vino de honor financiado de su propio bolsillo. A
veces, cuando algún paisano se animaba, se le cedía el uso de un
viejo piano vertical, que estaba próximo a un pasillo en dirección a
los baños y la cocina.
El
local, era una casona ubicada en calle Blanco, sus habitaciones con
el tiempo, sufrieron variadas adaptaciones, para la atención del
público.
La barra, que era un pequeño y sencillo mesón en “L”, a la entrada, después se trasladó hacia el fondo, donde estaba el patio. Dicho patio, en sus inicios estuvo clausurado. Este tenía el piso de tierra y a su alrededor unos pilares de cemento pintados a la cal , donde colgaba un escuálido parrón, el que florecía próximo al mes de septiembre. Allí se hicieron recitales musicales, que empezaron a llamarles “tokatas” (una jerga de moda de los noventa). En ese lugar pude ver grupos, tales como: Ocho bolas, Tryo y La Floripondio; también, recuerdo haber asistido a la realización de algunas actividades literarias, la proyección de cortometrajes y diaporamas. Actividades hechas a pulso, con muy bajo presupuesto y como es de costumbre “por amor al arte”(cosa que no es tan mala, pues se hace con corazón).
La barra, que era un pequeño y sencillo mesón en “L”, a la entrada, después se trasladó hacia el fondo, donde estaba el patio. Dicho patio, en sus inicios estuvo clausurado. Este tenía el piso de tierra y a su alrededor unos pilares de cemento pintados a la cal , donde colgaba un escuálido parrón, el que florecía próximo al mes de septiembre. Allí se hicieron recitales musicales, que empezaron a llamarles “tokatas” (una jerga de moda de los noventa). En ese lugar pude ver grupos, tales como: Ocho bolas, Tryo y La Floripondio; también, recuerdo haber asistido a la realización de algunas actividades literarias, la proyección de cortometrajes y diaporamas. Actividades hechas a pulso, con muy bajo presupuesto y como es de costumbre “por amor al arte”(cosa que no es tan mala, pues se hace con corazón).
No
recuerdo muy bien en qué año fue, pero allí junto con dos amigos menores que yo - alumnos del emblemático Rubén Castro
de Viña del Mar-, realizamos un lanzamiento de una pequeña
publicación de cuentos, poemas e ilustraciones, libro llamado
“Saltos y Caídas”, para lo cual hicimos en el lugar lecturas
poéticas, acompañadas de la proyección de diapositivas. A la
actividad fueron familiares, amigos y gente, que nos colaboró con
las diapositivas, el proyector y la amplificación.
Toda
esta actividad se cerró con un brindis con vino navegado, realizado
en la cocina del local. Recuerdo que el vino alcanzó hasta para el
público no invitado. En realidad, el lanzamiento fue bastante
“regado”. Las fotos de aquella actividad, las sacó una amiga de
la universidad, imágenes que recién las pude ver este año. Fue
fuerte volverme a ver más joven y recordar a mucha gente que por
cosas naturales de la vida, han seguido distintos rumbos o habían caído en el olvido. En ese tiempo, todavía no había en Chile
cámaras digitales ni internet y los celulares recién se estaban
empezando a masificar. Son imágenes valiosas, testimonios de gestos
igualmente valorables, frente a esta época un tanto
despersonalizada.
Con
los años el café del libro, pasó a ser el pub más emblemático de
la ciudad de Quilpué, un lugar de encuentro con cierta mística
intelectual. Era como las Cachas Grandes en Valparaíso, como la
actual Flor de Chile en Viña (lo más porteño de Viña) o el bar el
Quijote de Ovalle. Por otro lado, el sector donde se ubica este
local, se empezó a transformar en una especie de “sector del
carrete” quilpueino.
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