El siguiente texto, es una
crónica titulada originalmente como “El Saqueo” publicada por el destacado y
galardonado escritos nacional Joaquín Edwards Bello en 1937. En ella se
registra importantes antecedentes sobre la guerra civil de 1891. Alguno de ellos
son recuerdos de infancia, familiares y antecedentes que fueron recopilados por
el autor y que tienen como escenario las ciudades de Valparaíso, Quilpué y
Santiago de Chile. Dicha crónica, fue rescatada e incorporada a otras tantas de
este autor, las que fueron publicadas como un libro bajo el sello de la Editorial Zig – Zag , en 1974, cuyo título fue:
“Joaquín Edwards Bello: Nuevas Crónicas”.
“Yo nací en el año del cólera, de
la salida del tranque de Mena, la voladura del
Cal y Canto, etc. Darío acababa de lanzar desde los cerros de Valparaíso
un grito azul a toda habla hispana. Balmaceda presidenciaba La Moneda.
Cuatro años después de venir a
esta mundo, en las circunstancias antedichas, estalló la revolución, 1891. Se
concibe lo que uno pispararía de la
tragedia, no obstante los cortos años. Mi padre trabajó en el Banco Edwards,
que tomó resueltamente el partido de los parlamentarios. Balmaceda dictó orden
de prisión contra él y contra mi tío Jorge, que fue habido y encarcelado. Mi
padre no fue habido. Nosotros pasamos ese tiempo entre Quilpué y Santiago.
Primera visión de la guerra de mi infancia fue un piquete de soldados armados
en la quinta campestre. Buscaban a mi padre y otros conspiradores. Registraron
todo hasta los pozos.
Mi padre había comenzado su vida
de minero, y terminó en banquero. Es
difícil escribir sobre los
aspectos familiares en Chile; no faltan nunca parientes siúticos que se alarman.
A veces hay mineros o banqueros
artistas; mi padre pintaba cuadros originales con mucho gusto; nada de truchas,
limones o floreros, sino cabezas y figuras humanas. Los pintores Gauguin y
Cézanne eran hijos de banqueros. Corre un verso apropósito:
Cézanne le banquier
ne voit pas sans fremir
derrière son comptoir
naître un peintre d´avenir
Naturalmente el hecho de dar los primeros pasos en medio
de una revolución sangrienta influye en la psiquis del individuo. Por mucho que
aíslen al niño para preservarle, hay hilitos que trascienden.
Balmaceda es, en muchos aspectos,
un mito chileno. Está hecho en gran parte de razonamientos posteriores y
comparaciones. En todo caso es el más solemne de nuestros políticos; hay en
él mayores elementos de grandeza
personal. Unamuno le recordaba a Azaña el suicidio de Balmaceda. No todos
tienen esos riñones.
El presidencialismo es un plaga,
lo mismo, sino peor, que el parlamentarismo. Hay personas que creen que en
política se debe escoger entre una plaga o la otra; yo creo que se puede vivir
mejor sin ninguna de ellas, como en Suiza. Desde luego en nuestras costumbres
políticas, es tan poco probable encontrar en el oficio a un hombre tan superior
como para conferirle de la noche a la mañana el poderío de un zar de todas las
Rusias. El solo hecho de que Balmaceda fracasara debe servirnos de escarmiento.
Superiores a él o a Portales no encontraremos, en honradez, rectitud patriótica
y desinterés personal. No obstante, su talento y desinterés, Balmaceda se dejó
devorar por el dragón de la locura cesárea y del continuismo: “O yo o nadie”.
Enfermedad chilena de Carrera,
heredada por muchos. Balmaceda era un santiaguino, y eso puede apreciarlo mejor
que otros un porteño.
Le agradaban las fantasías
capilares, cosa muy santiaguina; dejarse melenas, patillas inglesas, bigotes de
todas las formas. A veces, en enero, aparecía de abrigo moscovita, todo forrado
de pieles hasta la tusa…Enorme orador, guaroso, imponente, le agradaba
escucharse, lucirse. Su proximidad cohibía: daba vértigo.
Al comenzar las batallas que
derrumbaron a tan hermoso ejemplar de estadista, yo estab en Quilpué. El
jardinero de la quinta. Marcos Candia, salió una mañana con las pobladoras y
cortó las líneas del telégrafo. Si lo pillan lo matan. Atentado sin consecuencias,
costó la vida a don Ricardo Cumming.
Era una mañana ardiente cuando el
jardinero nos dijo:
- Vengan a ver…., allá arriba…
¿Alcanzan a divisar esos reflejos? Son las bayonetas de los opositores que van
al puerto...
En efecto, las armas delos
revolucionarios, que habían vadeado el Aconcagua, llenaban lo olorosos cerros
de Quilpué.
En ese ambiente vine al mundo, y
quienes que tenga el espíritu tan tonto como el de cualquier politiquero del
momento. No, no. C´ est toujours la même
chose. El 90 por ciento de los chilenos aseguraba que Balmaceda era un canalla;
que estaba ensoberbecido y que llevaba a la patria al caos de una dictadura
personalista. Ahora el llaman mártir de la democracia, etc. En todo caso , no
creo que puedan producirse en la actual sociedad hombres parecidos a él o a
Portales. No les permitirían actuar ni un momento.
Todos en nuestra familia eran
opositores. Juan Bello Rozas, marino; Emilio Bello Rozas, militar. Un retrato
de Artigas une a los dos uniformes, el de tierra y mar; Juan de barbas doradas,
romántico y a la vez enérgico; Emilio de bigote, la mirada altiva del
adolescente orgulloso de sus galones.
El tío Juan se presentó una
mañana en la casa de la Calle del Teatro, en Valparaíso. Nos llevaron a la
pieza de los niños para que no pescáramos nada.
El tío Juan, de uniforme,
revelaba extraña gravedad; él, tan alegre y cariñoso, que nos trajo juguetes de
Europa. Se encerraron y conversaron un momento en voz baja. La escuadra se
sublevó al día siguiente.
Otro retrato de militares, tomado
más tarde, muestra al tío Emilio con la cabeza vendada y un brazo en
cabestrillo.
Después de Concón y La placilla
llegamos a Santiago, a la casa de mi abuelita, que actualmente se llama La
Bahía; fuimos a buscar a mi padre y le llevamos en un coche quimérico, de esos
de ruedas cuadradas, a la casa. El júbilo en Santiago era muy grande, pero eso
no significaba nada. La multitud es tan tonta como su densidad y espesura. He
visto igual júbilo cuando se fue Sanfuentes, cuando se fue Alessandri, cuando
se fue Ibáñez, cuando llegó de nuevo Alessandri, cuando se fue Montero,
etcétera.
Si no hay que creer en las
lágrimas de mujer ni en la reguera de perro, menos vamos a creer en el júbilo
de las multitudes.
La primera noche después de tanto
júbilo, fue tétrica. Santiago era una ciudad de lindas mañanas y de noches
tenebrosas. Un cochero del taita Ramón
trancó la enorme puerta cochera con cancela. Ahora esa puerta está guardada en
la casa de mi madre, en la bodega. Una vez cerrada la casa, se oyeron gritos y
tiros en la calle. ¿Abajo Vicuña, los Carrera, los Balmaceda! Pocos días antes
gritaban: ¡Abajo los Matte, los Walker, los Besa! Eran los mismos.
Durante el día iba mucha gente a
la casa; en el brazo derecho todos llevaban cinta roja.
No sería extraño que algún tonto
lo que voy a agregar: el glorioso
Baquedano estaba algo mal y solía chochear. Las niñas dela casa le hacían
bromas pesadas. La Bulnes y las Pinto eran terribles bromistas. Recuerdo haber
visto a una de ellas sujetando a dos manos la puerta del retrete, en tanto
Baquedano forcejeaba para salir.
Respecto a saqueo sostengo que
nuestro pueblo es incapaz de idearlo. Es muy grave suponer hechos o acusar
cuando no existe certeza alguna.
¿Quiénes idearon el saqueo a las
casas balmacedistas? Hay quienes culpan a una dama de muchas campanillas. Se
trata de una dama de primera fila que habitaba el palacio en cuya fachada luce
actualmente el escudo de España.
Se dice que en sus salones se
confeccionaron la lista de las casas saqueables. No sería imposible, por cuanto
el saqueo de connotadas casas rivales implica una iniciativa rencorosa, propia
de mujeres, y por ahí nos reforzamos en la idea del matriarcado. No creo que
los hombres fraguaran esa venganza pequeña, de recámara.
Por lo demás, nuestro pueblo
carece de iniciativa propia. Sería largo explicar por qué. La contextura
colonial y la renovación por extranjeros le hacen vivir en eterna duda respecto a sus méritos.
Se siente inferior desde el momento en que recién llegado se la gana y le regala al vasallaje.
El saqueo de 1891 se efectuó en
condiciones de ceremonia policial metódica, de venganza santiaguina cuajada de
pequeñas miserias, de envidias de tribu a tribu, de pequeñeces femeninas. El
pueblo no podía sentir sinceramente eso.
Si el pueblo se decidiera a saquear - lo
que no es creíble-, lo haría en globo y sin distingos, por cuanto experimenta
el mismo sentir hacia un rico, Así se llame Ciuffardini, Lisperguer, Tobalaba,
Contreras o Israeli. Así y todo, es menester la concurrencia de una relajación
extremosa de la autoridad para producir el humanomoto llamado saqueo.
Conozco a una viejita casi centenaria. Esta persona
cuenta el saqueo a la manera más divertida:
- Delante iba la comisión con el joven
que nos decía: “Aquí pueden entrar; pero no rompan nada”.
Después añadió:
- Yo cambié el velador que me entregaron por una colcha de seda.
En suma: el saqueo es invención y
cuco de oligarcas.
Después ha sabido que la insigne
dama doña Ana Swinburn de Jordán puso su lúcido talento y bondad al servicio de
la cordura, procurando aplacar las pasiones de ese año nefasto: 1891”.
Interesante artículo pero se echa de menos . . . cómo fue su vida quilpueína, algún detalle? Dónde quedaba su domicilio? Son tareas pendientes.
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