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Joaquín Edwards Bello: Hijo Ilustre de Quilpué y su recuerdo de la guerra civil de 1891

Joaquín Edwards Bello.

Por Juan Bragassi H.

Definido por Ricardo Latcham como “un periodista ciento por ciento, y el mayor cronista patrio” su obra es adscrita a la segunda corriente “criollista” heredera del naturalismo de fines del siglo XIX.

El término “criollismo”, fue usado por nuestro primer Premio Nacional de Literatura Augusto D´Halmar, para agrupar una serie de obras literarias, cuyas temáticas reflejan los contrastes del carácter y modo nacional.

En Chile los estudios establecen tres etapas del criollismo: el próximo a 1900, de la mano de autores tales como Baldomero Lillo y Nicolás Palacios; el próximo a 1910, denominado también como “Generación Centenario”, con personalidades de la talla de Mariano Latorre y Eduardo Barrios; y finalmente, el ubicado en 1941, año que toma como referencia el concurso de novela, organizado con motivo del cuarto centenario de la ciudad de Santiago, con escritores como Francisco Coloane, Nicomedes Guzmán, Fernando Alegría y Guillermo Subercaseaux.

Como hemos afirmado, la obra de Joaquín Edwards Bello, está contenida en la segunda generación, cuyas temáticas varía de los relatos costumbristas hacia las novelas de escenarios más variados, con un contenido social más contemporáneo, y que junto con abordar el tema de la identidad nacional, convoca su inquietud hacia sus proyecciones continentales.

Sus Inicios

Joaquín Edwards Bello, nació en la ciudad de Valparaíso el 10 de Mayo de 1887, en le seno de una familia aristocrática liberal de banqueros y diplomáticos, relacionados con los Ossandón, Edwards y Gana, además de ser por parte de madre, descendiente del venezolano Andrés Bello.

Cuando estalla la Guerra Civil de 1891, Edwards Bello contaba con cuatro años de edad, quedando grabada en su memoria la persecución que sufrió parte de su familia al ser del sector pro parlamentarista, acontecimiento que quedará registrado en algunas de sus crónicas.

Su infancia la vivió entre las ciudades de Valparaíso, Quillota, Santiago y preferentemente en Quilpué.

Así mismo, este escritor y periodista, estudió en variados establecimientos educacionales, algunos de ellos fueron el Colegio Mac Kay, ubicado por ese entonces en el Cerro Concepción del puerto de Valparaíso; Los Padres Franceses y el Liceo Eduardo de la Barra.

A los catorce años, Edwards inicia su labor de escritor, redactando en 1901, un periódico manuscrito; siguiendo en 1902, con uno titulado “La Juventud” y a los 16 años con “El Pololo” y la sátira “La Zapatilla Homicida”.

En 1905, viaja a Europa, acompañando a su padre enfermo, quien fallece al poco tiempo, instalándose en la ciudad de Londres e ingresando al colegio Sulhamps Tead Rectory.

Encontrándose de vacaciones en Madrid, se entera del sismo que afectó a la zona central en 1906, viajando inmediatamente a Chile para visitar a sus familiares más próximos, ubicados en la ciudad de Valparaíso.

Durante su juventud Edwards siente “el vértigo de la riqueza familiar” (Jorge Edwards, mayo del 2003), dedicándose a derrochar su fortuna en viajes, fiestas y mesas de juego, al igual como lo hizo alguna vez nuestro héroe americanista Simón Bolívar.

Sin embargo, esta vida de “Dandy” terminará abruptamente en 1910, pasando por un período económico difícil, retornando a nuestro país.

En el mes de Septiembre de ese año, y rodeado de un ambiente de celebración con motivo del primer centenario de la independencia nacional, Joaquín Edwards Bello ayudado por Enrique Tagle, publica su primera novela llamada “El Inútil”.

Esta Obra, que en sus contenidos hacía mofa y crítica hacia los sectores adinerados de nuestra patria, le hizo ganar al autor el desprecio y vacío de sus iguales - la “fronda aristocrática” (Francisco Edwards) - y de su familia, clima que finalmente lo obligó a abandonar el país, instalándose temporalmente en la ciudad de Río de Janeiro, donde escribió algunos polémicos artículos para diversos medios brasileros, los cuales provocaron la molestia de los Cariocas, debiendo continuar su viaje.

De este período de “auto exilio” corresponderán los siguientes títulos: “Tres Meses en Río de Janeiro”, de 1911; “El Monstruo”, de 1912; “La Tragedia del Titanic”, de 1912; “Cuentos de todos los Colores”, de 1912; “La Cuna Esmeralda”, de 1918.

De regreso en Chile, en 1919, ingresa como periodista al diario La Nación de Santiago, medio donde trabajará por más de 35 años, aunque también colaborará con sus artículos para el diario “La Patria” de Concepción y “El Correo” de Valdivia, recibiendo sus textos el elogio del crítico literario “Alone” y del escritor Luis Orrego Luco.

En 1920, Edwards Bello contrae matrimonio con la española Ángeles Dupuy, quien fallecerá pocos años después.

Ese mismo año aparecerá un nuevo título: “El Roto”.

Dicha obra fue un éxito de ventas y sus contenidos le valieron la atención de la poetisa Gabriela Mistral.

Al año siguiente, en 1921, saca a la luz dos nuevos títulos: “La Muerte de Vanderbilt” y “Metamorfosis”, continuando en 1925, con el ensayo “Nacionalismo Continental” (reeditado en 1935 y 1968) y “El Bolchevique”, de 1927.

En 1928, ya como redactor de La Nación, publica “Chileno en Madrid”, crítica desenfadada al “afán de figuración, snobismo y de amor a los títulos” (Luis Orrego Luco, Junio de 1935) de los chilenos de lujo que viajan al extranjero.

El Reconocimiento a su Obra

En 1931, aparecerá “Valparaíso, ciudad del Viento”, obra que le significará el obtener el Premio Atenea de la Universidad de Concepción y que será reeditada en 1943, con el título”El Viejo Almendral” y en 1955, como “Valparaíso Fantasma”.

Continuación de su producción fue “Criollos en París”, de 1932; “El Bombardeo de Valparaíso y su Época”, obra con la cual obtendrá el lauro Marcial Martínez otorgado por la Universidad de Chile;”Don Elidoro Yáñez”; “Don Juan Lusitano”; “La Chica del Crillón”, todos ellos de 1935.

La invasión de Japón a China, la Guerra Civil Española, la Guerra Ítalo- Etíope y la Segunda Guerra Mundial concentrará su atención, dedicándose durante ese período a cubrir y comentar dichos acontecimientos y su repercusión en nuestro país, expresando inicialmente su adhesión por los países que conformaban “el Eje”, más ello no afectó su ecuanimidad en el tratamiento de los hechos y de los actos más repudiable de las razones sociales en conflicto.

Dichas crónicas fueron recopiladas por Alfonso Calderón y publicadas en 1981, bajo el sello de las ediciones universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso.

En 1941, su novela “La Chica del Crillón” es adaptada y llevada al cine por Jorge Délano (“Coke”), director de la revista satírica de la política chilena “Topaze”, trabajo el cual se perdió junto a otras valiosas películas nacionales a comienzos de los años noventa, con el incendio del archivo de Chile Films.

Sus siguientes publicaciones fueron “Crónicas del Tiempo Viejo”; “Mi Bisabuelo de Piedra” (semblanza de su antepasado Andrés Bello”; “La Novela de Balmaceda”, recibiendo en 1943 el Premio Nacional de Literatura.

Tiempo después, Joaquín Edwards contrae segundas nupcias con doña Marta Albornoz, estableciéndose en un modesto caserón, ubicado en Calle Santo Domingo de la ciudad de Santiago.

En 1954, Edwards es incorporado como miembro de la Academia Chilena de la Lengua y tiempo después, en 1958, recibe el título de Hijo Ilustre de la ciudad de Valparaíso.

Ya en 1959, debido a su labor como periodista, es galardonado con el Premio Nacional de Periodismo, mas el año siguiente, Joaquín Edwards, sufre un ataque de hemiplejia, que lo deja postrado y con la mitad del rostro paralizado.

De ese tiempo de enfermedad son los libros “Crónicas”, de 1964; “Recuerdos de un Cuarto de Siglo”; “Nuevas Crónicas”; “Hotel Oddo”; “El Subterráneo de los Jesuitas y otros Mitos”, todos ellos fechados en 1966.

Con ochenta años de edad y utilizando un revólver Colt calibre 38, Joaquín Edwards Bello puso fin a su vida el 19 de Febrero de 1968.

Recuerdos de la guerra civil

El siguiente texto, es una crónica titulada originalmente como “El Saqueo” publicada por el destacado y galardonado escritos nacional Joaquín Edwards Bello en 1937. En ella se registra importantes antecedentes sobre la guerra civil de 1891. Alguno de ellos son recuerdos de infancia, familiares y antecedentes que fueron recopilados por el autor y que tienen como escenario las ciudades de Valparaíso, Quilpué y Santiago de Chile. Dicha crónica, fue rescatada e incorporada a otras tantas de este autor, las que fueron publicadas como un libro  bajo el sello de la  Editorial Zig – Zag , en 1974, cuyo  título fue:  “Joaquín Edwards Bello: Nuevas Crónicas”.                     

“Yo nací en el año del cólera, de la salida del tranque de Mena, la voladura del  Cal y Canto, etc. Darío acababa de lanzar desde los cerros de Valparaíso un grito azul a toda habla hispana. Balmaceda presidenciaba  La Moneda.

Cuatro años después de venir a esta mundo, en las circunstancias antedichas, estalló la revolución, 1891. Se concibe lo  que uno pispararía de la tragedia, no obstante los cortos años. Mi padre trabajó en el Banco Edwards, que tomó resueltamente el partido de los parlamentarios. Balmaceda dictó orden de prisión contra él y contra mi tío Jorge, que fue habido y encarcelado. Mi padre no fue habido. Nosotros pasamos ese tiempo entre Quilpué y Santiago. Primera visión de la guerra de mi infancia fue un piquete de soldados armados en la quinta campestre. Buscaban a mi padre y otros conspiradores. Registraron todo hasta los pozos.

Mi padre había comenzado su vida de minero, y terminó en banquero. Es  difícil  escribir sobre los aspectos familiares en Chile; no faltan nunca parientes siúticos que se alarman.

A veces hay mineros o banqueros artistas; mi padre pintaba cuadros originales con mucho gusto; nada de truchas, limones o floreros, sino cabezas y figuras humanas. Los pintores Gauguin y Cézanne eran hijos de banqueros. Corre un verso apropósito:

Cézanne le banquier

 ne voit pas sans fremir

derrière son comptoir

 naître un peintre d´avenir

 

Naturalmente  el hecho de dar los primeros pasos en medio de una revolución sangrienta influye en la psiquis del individuo. Por mucho que aíslen al niño para preservarle, hay hilitos que trascienden.

Balmaceda es, en muchos aspectos, un mito chileno. Está hecho en gran parte de razonamientos posteriores y comparaciones. En todo caso es el más solemne de nuestros políticos; hay en él  mayores elementos de grandeza personal. Unamuno le recordaba a Azaña el suicidio de Balmaceda. No todos tienen esos riñones.

El presidencialismo es un plaga, lo mismo, sino peor, que el parlamentarismo. Hay personas que creen que en política se debe escoger entre una plaga o la otra; yo creo que se puede vivir mejor sin ninguna de ellas, como en Suiza. Desde luego en nuestras costumbres políticas, es tan poco probable encontrar en el oficio a un hombre tan superior como para conferirle de la noche a la mañana el poderío de un zar de todas las Rusias. El solo hecho de que Balmaceda fracasara debe servirnos de escarmiento. Superiores a él o a Portales no encontraremos, en honradez, rectitud patriótica y desinterés personal. No obstante, su talento y desinterés, Balmaceda se dejó devorar por el dragón de la locura cesárea y del continuismo: “O yo o nadie”.

Enfermedad chilena de Carrera, heredada por muchos. Balmaceda era un santiaguino, y eso puede apreciarlo mejor que otros un porteño.

Le agradaban las fantasías capilares, cosa muy santiaguina; dejarse melenas, patillas inglesas, bigotes de todas las formas. A veces, en enero, aparecía de abrigo moscovita, todo forrado de pieles hasta la tusa…Enorme orador, guaroso, imponente, le agradaba escucharse, lucirse. Su proximidad cohibía: daba vértigo.

Al comenzar las batallas que derrumbaron a tan hermoso ejemplar de estadista, yo estab en Quilpué. El jardinero de la quinta. Marcos Candia, salió una mañana con las pobladoras y cortó las líneas del telégrafo. Si lo pillan lo matan. Atentado sin consecuencias, costó la vida a don Ricardo Cumming.

Era una mañana ardiente cuando el jardinero nos dijo:

-          Vengan a ver…., allá arriba… ¿Alcanzan a divisar esos reflejos? Son las bayonetas de los opositores que van al puerto...

En efecto, las armas delos revolucionarios, que habían vadeado el Aconcagua, llenaban lo olorosos cerros de Quilpué.

En ese ambiente vine al mundo, y quienes que tenga el espíritu tan tonto como el de cualquier politiquero del momento. No, no. C´ est  toujours la même chose. El 90 por ciento de los chilenos aseguraba que Balmaceda era un canalla; que estaba ensoberbecido y que llevaba a la patria al caos de una dictadura personalista. Ahora el llaman mártir de la democracia, etc. En todo caso , no creo que puedan producirse en la actual sociedad hombres parecidos a él o a Portales. No les permitirían actuar ni un momento.

Todos en nuestra familia eran opositores. Juan Bello Rozas, marino; Emilio Bello Rozas, militar. Un retrato de Artigas une a los dos uniformes, el de tierra y mar; Juan de barbas doradas, romántico y a la vez enérgico; Emilio de bigote, la mirada altiva del adolescente orgulloso de sus galones.

El tío Juan se presentó una mañana en la casa de la Calle del Teatro, en Valparaíso. Nos llevaron a la pieza de los niños para que no pescáramos nada.

El tío Juan, de uniforme, revelaba extraña gravedad; él, tan alegre y cariñoso, que nos trajo juguetes de Europa. Se encerraron y conversaron un momento en voz baja. La escuadra se sublevó al día siguiente.

Otro retrato de militares, tomado más tarde, muestra al tío Emilio con la cabeza vendada y un brazo en cabestrillo.

Después de Concón y La placilla llegamos a Santiago, a la casa de mi abuelita, que actualmente se llama La Bahía; fuimos a buscar a mi padre y le llevamos en un coche quimérico, de esos de ruedas cuadradas, a la casa. El júbilo en Santiago era muy grande, pero eso no significaba nada. La multitud es tan tonta como su densidad y espesura. He visto igual júbilo cuando se fue Sanfuentes, cuando se fue Alessandri, cuando se fue Ibáñez, cuando llegó de nuevo Alessandri, cuando se fue Montero, etcétera.

Si no hay que creer en las lágrimas de mujer ni en la reguera de perro, menos vamos a creer en el júbilo de las multitudes.

La primera noche después de tanto júbilo, fue tétrica. Santiago era una ciudad de lindas mañanas y de noches tenebrosas. Un cochero  del taita Ramón trancó la enorme puerta cochera con cancela. Ahora esa puerta está guardada en la casa de mi madre, en la bodega. Una vez cerrada la casa, se oyeron gritos y tiros en la calle. ¿Abajo Vicuña, los Carrera, los Balmaceda! Pocos días antes gritaban: ¡Abajo los Matte, los Walker, los Besa! Eran los mismos.

Durante el día iba mucha gente a la casa; en el brazo derecho todos llevaban cinta roja.

No sería extraño que algún tonto lo que voy a  agregar: el glorioso Baquedano estaba algo mal y solía chochear. Las niñas dela casa le hacían bromas pesadas. La Bulnes y las Pinto eran terribles bromistas. Recuerdo haber visto a una de ellas sujetando a dos manos la puerta del retrete, en tanto Baquedano forcejeaba para salir.

Respecto a saqueo sostengo que nuestro pueblo es incapaz de idearlo. Es muy grave suponer hechos o acusar cuando no existe certeza alguna.

¿Quiénes idearon el saqueo a las casas balmacedistas? Hay quienes culpan a una dama de muchas campanillas. Se trata de una dama de primera fila que habitaba el palacio en cuya fachada luce actualmente el escudo de España.

Se dice que en sus salones se confeccionaron la lista de las casas saqueables. No sería imposible, por cuanto el saqueo de connotadas casas rivales implica una iniciativa rencorosa, propia de mujeres, y por ahí nos reforzamos en la idea del matriarcado. No creo que los hombres fraguaran esa venganza pequeña, de recámara.

Por lo demás, nuestro pueblo carece de iniciativa propia. Sería largo explicar por qué. La contextura colonial y la renovación por extranjeros le hacen  vivir en eterna duda respecto a sus méritos. Se siente inferior desde el momento en que recién llegado  se la gana y le regala al vasallaje.

El saqueo de 1891 se efectuó en condiciones de ceremonia policial metódica, de venganza santiaguina cuajada de pequeñas miserias, de envidias de tribu a tribu, de pequeñeces femeninas. El pueblo no podía sentir  sinceramente eso. Si el pueblo se decidiera a saquear  - lo que no es creíble-, lo haría en globo y sin distingos, por cuanto experimenta el mismo sentir hacia un rico, Así se llame Ciuffardini, Lisperguer, Tobalaba, Contreras o Israeli. Así y todo, es menester la concurrencia de una relajación extremosa de la autoridad para producir el humanomoto llamado saqueo.

Conozco  a una viejita casi centenaria. Esta persona cuenta el saqueo a la manera más divertida:

-          Delante iba la comisión con el joven que nos decía: “Aquí pueden entrar; pero no rompan nada”.

Después añadió:

-          Yo cambié el velador  que me entregaron por una colcha de seda.

En suma: el saqueo es invención y cuco de oligarcas.

Después ha sabido que la insigne dama doña Ana Swinburn de Jordán puso su lúcido talento y bondad al servicio de la cordura, procurando aplacar las pasiones de ese año nefasto: 1891”.





Comentarios

  1. Interesante artículo pero se echa de menos . . . cómo fue su vida quilpueína, algún detalle? Dónde quedaba su domicilio? Son tareas pendientes.

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